El derrocamiento del Porfiriato

En el año 1908 el periodista estadounidense Creelman le entrevistó a Porfirio Díaz. En esta entrevista Díaz declaró: "Tengo firme resolución de separarme del poder al expirar mi período, cuando cumpla ochenta años de edad, sin tener en cuenta lo que mis amigos y sostenedores opinen, y no volveré a ejercer la presidencia." Y aparte secundó el que se formara una oposición: "Si en la República llegase a surgir un partido de oposición, le miraría yo como una bendición y no como un mal, y si ese partido desarrollara poder, no para explotar, sino para dirigir, yo le acogería, le apoyaría, le aconsejaría y me consagraría a la inauguración feliz de un gobierno completamente democrático."
Con estas palabras inició su caída, ya que llegó a ser una mentira abierta. En el ano 1910, fecha de las elecciones, no nombró ningún sucesor y volvió a tomar la presidencia. Francisco Madero, que en el mismo ano publicó su libro La Sucesión Presidencial, declaró nulas las elecciones en el Plan de San Luis y convocó a una insurrección nacional junto con los sublevados chihuahuenses. Después de la victoria de los revolucionarios Francisco Madero fue reconocido como presidente provisional y Porfirio Díaz se fue a Francia.

Relato sobre la vida de los trabajadores y el trabajo a partir del libro de México bárbaro.
Durante el Porfiriato se vivieron muchos cambios de la mayor importancia. Entre otros, destaca el que está relacionado con el nacimiento del moderno proletariado industrial. Los antiguos talleres artesanales, administrados por su propio dueño y operados con técnicas tradicionales, dejaron su lugar a las grandes fábricas, propiedad muchas veces de corporaciones internacionales y que contaban con la maquinaria más moderna.
En esas fábricas eran empleados cientos y hasta miles de obreros, sometidos a una disciplina que incluía jornadas de trabajo de 12 horas diarias y salarios que no alcanzaban a cubrir las más elementales necesidades.

De esta manera, los cambios no supusieron ninguna mejora en las condiciones de vida y trabajo de los obreros. Por el contrario, los empleados de las grandes fábricas vieron cómo se ampliaba el repertorio de sus padecimientos: a los bajos jornales, la mala alimentación y la nula atención médica tuvieron que añadir la falta de vestuario y equipo adecuados, los frecuentes accidentes, las inhalaciones perniciosas y los numerosos inconvenientes derivados del hecho de vivir en la periferia insalubre de las grandes ciudades.

Para colmo de males, los trabajadores no contaban con organizaciones que los defendieran. El gobierno, aunque formalmente no objetaba ese derecho, procedía casi siempre de manera muy parcial, adoptando como propio el punto de vista de los patrones. Sólo pudieron organizarse mutualidades y cooperativas, que favorecían el trato entre sí de los trabajadores y la formación de cajas de ahorro, pero que no podían actuar con su representación en los muy frecuentes casos de dificultades, ni mucho menos oponer un dique a los abusos de los poderosos.

La Fundición Central, una de las dos más importantes industrias que se establecieron en Aguascalientes durante el Porfiriato, ofrece un buen ejemplo de la forma en la que eran tratados los trabajadores. Aunque se pagaban jornales de un peso diario, mucho más altos que los que imperaban en otras empresas, era necesario desquitarlos con creces, en jornadas de 12 horas diarias, en medio de un ruido infernal y de hornos que despedían toda clase de emanaciones tóxicas. Las altas temperaturas, el acarreo de minerales recién fundidos, el desplazamiento de grasas y combustibles y la presencia permanente de gases venenosos eran algunos de los factores que permanentemente atentaban contra la salud y aun contra la vida de los trabajadores.

Las quemaduras de tercer grado, las caídas desde grandes alturas y los golpes eran cosa frecuente en la metalúrgica, aunque casi sin excepción las desgracias eran atribuidas a la negligencia de los obreros. En un periódico local se llegó a decir que los riesgos de trabajar en los hornos eran muy altos y que daba la rara casualidad de que "ningún americano se emplea en ellos". A los quemados, además, no se les proporcionaba ningún auxilio. Los salarios mismos, aunque altos en términos generales, eran desiguales, pues no había extranjero que ganara menos de tres pesos diarios, y eso "en labores donde no aspiran los peligrosos gases metalíferos o carboníferos", mientras que a los jornaleros mexicanos se les asignaban las tareas más rudas y se les pagaba mezquinamente.
En esa época hizo su aparición un fenómeno que con el paso del tiempo se consolidó hasta convertirse en una de las características distintivas de esta región del país: la emigración de los trabajadores. La relativa sobrepoblación de algunas regiones y la falta de oportunidades favorecieron el desarrollo de esa corriente migratoria. Aunque en estados como Zacatecas, en los que no se desarrolló de manera consistente la industria, el éxodo de trabajadores fue mucho más importante, conviene recordar los términos en los que en Aguascalientes se dio.
¿Qué tantos trabajadores salieron y con qué destino? Carecemos de datos precisos, pero es muy probable que los enganches hayan dado comienzo en 1895. Los enganchadores, que era como se conocía a los agentes encargados de reclutar trabajadores, publicaban avisos en los periódicos y engañaban a la gente con la promesa de altos salarios que a la postre nunca se cobraban. El gobierno se alarmó ante el gran número de trabajadores reclutados y prestó oídos a los periódicos que hablaban de los abusos y engaños de los que esa gente era víctima. En 1896 obligó a los contratistas a pagar un impuesto de un peso por cada trabajador enganchado, lo cual no se tradujo en la reducción del flujo ni alivió la situación de los trabajadores, pero por lo menos permitió llevar cierto control de la situación. Gracias a ese impuesto sabemos que durante 1897 fueron enganchados 902 trabajadores, cantidad que disminuyó de manera sensible durante los siguientes años, tal vez a causa de la apertura en la ciudad de nuevas fábricas y por el hecho de que el impuesto por cada trabajador sacado del estado se elevó hasta 10 pesos.
En su gran mayoría los enganchados eran campesinos, procedentes de haciendas cercanas a la ciudad de Aguascalientes, como Los Cuartos, Peñuelas, Santa María y La Punta. Había también albañiles, canteros y algunos otros trabajadores especializados. Unas veces eran llevados a Campeche o algún otro estado del sureste, con el propósito de que trabajaran en las plantaciones, y otras se les trasladaba a Chihuahua, en cuyas haciendas se les acomodaba como peones. También se les llevaba hasta la frontera, con el propósito de trabajar en el tendido de vías férreas. Algunos historiadores han hecho notar que de esa manera se formó un proletariado móvil, que no tenía raíces en ningún lugar y que, incluso, pasaba parte del año en los estados norteamericanos fronterizos. Esos fueron los trabajadores que en 1910 engrosaron los ejércitos villistas, los cuales pudieron, sin ningún problema, desplazarse a lo largo de buena parte del país.
En el campo había cuatro tipos de trabajadores bien diferenciados. Por su número los más importantes eran los peones acasillados, que vivían en las haciendas y estaban atados a ellas por deudas que muchas veces no podían liquidar durante toda una vida de trabajo. Para ellos existían las tiendas de raya, que los abastecían de los enseres y alimentos más estrictamente necesarios, pero a precios exorbitantes En seguida tenemos a los temporaleros, que trabajaban en las haciendas sólo durante la época de la cosecha y que procedían de los ranchos y pueblos de indios cercanos. Eran trabajadores "libres", lo que significa que no eran sirvientes permanentes de las haciendas, aunque ello suponía también que durante los años de sequía carecían de la relativa seguridad con que contaban los acasillados.
Después tenemos a los arrendatarios, que cultivaban a cambio de una renta anual fija porciones de tierra de extensión variable y que con frecuencia estaban obligados a prestar servicios en trabajo. Este sistema tenía para las haciendas la ventaja de que se incorporaban gratuitamente tierras al cultivo, razón por la cual fue ampliamente favorecido a lo largo de todo el siglo XIX. A veces los arrendatarios podían hacer sus ahorros y convertirse en dueños de la tierraque ocupaban, como en el llano del Tecuán, el cual, cuando se disolvió el mayorazgo de Ciénega de Mata, pasó a manos de sus muchos arrendatarios. Por último tenemos a los medieros o aparceros, que invertían su trabajo en el cultivo de las tierras del patrón y que compartían con éste lo cosechado. Su nombre lo debían al hecho de que los productos los partían por mitades o a medias con el dueño de la hacienda. Personajes que con el paso del tiempo se convirtieron en prósperos agricultores iniciaron su carrera como medieros. Gil Rangel, por ejemplo, que en 1861 compró la hacienda de Ciénega Grande, una de las más importantes del estado, fue durante muchos años mediero y arrendatario de los ranchos pertenecientes a las haciendas de San Jacinto y El Saucillo.
Los padecimientos de los campesinos fueron objeto de muchas críticas, a las que ni el gobierno ni los patrones prestaron la menor atención. Un famoso periodista norteamericano, el señor John Kenneth Turner, publicó en su libro México bárbaro una detallada relación de los abusos y vejaciones de que eran víctimas los trabajadores del campo. Eran tantos y tan graves que los historiadores están de acuerdo en ver en ellos una de las causas principales del estallido de la Revolución Mexicana. De otra manera no se podría explicar que el llamado de Madero hubiera sido seguido por tantos miles de hombres que, desesperados, estaban dispuestos a dar su vida a cambio de que ese estado de cosas cambiara. En El barzón, un corrido aguascalentense nacionalmente famoso, se hace un recuento de esos padecimientos y se recuerda que en las tiendas de raya las cuentas eran hechas de manera tan abusiva que el peón siempre terminaba debiéndole al patrón.
Las mujeres, por su parte, aunque formaban una minoría de la población económicamente activa, o sea de la gente que tenía un trabajo remunerado, desempeñaron actividades muy importantes. Para no hablar de los hogares, en los cuales su participación siempre fue crucial e insustituible, recordemos que muchas de ellas eran empleadas como dependientas en el comercio. Otras muchas fueron contratadas como torcedoras en las fábricas de puros y cigarrillos, mientras que, gracias a la apertura del Liceo de Niñas, algunas tuvieron la oportunidad de convertirse en maestras, oficio en el que con el paso del tiempo tendrían cada vez más presencia. Había también tortilleras, costureras, lavanderas, criadas y pilmamas, que era el nombre con el que se conocía a las encargadas del cuidado de los pequeños en las casas de los ricos.
El catálogo de padecimientos de las trabajadoras es muy amplio. Las torcedoras, por ejemplo, añadían a los bajos salarios jornadas extenuantes de trabajo y el desarrollo muy frecuente de enfermedades en el aparato respiratorio. Las tortilleras, por su parte, empezaban a trabajar a las 3 o 4 de la mañana, preparando las tortillas que venderían en el mercado, y no abandonaban las labores sino hasta bien entrada la tarde, cuando cocinaban el nixtamal que necesitarían al día siguiente.
Las criadas trabajaban todo el día, realizaban las labores más variadas y muchas veces, con el argumento muy endeble de que se les daba "casa, comida y sustento", ni siquiera se les pagaba. Para colmo de males, en los casos de muchas mujeres habría que señalar que, aparte del trabajo que desempeñaban en la fábrica o casa en que estaban empleadas, tenían que llegar a la suya a cocinar; lavar, dar de comer a los niños y atender al marido.
3. Análisis del libro México bárbaro
(Y Como El Vídeo Va Dividiendo Los Capítulos)Existen muchos libros acerca de las condiciones de vida de los mexicanos del siglo XIX, pero ninguno tan objetivo y tan ameno como el que escribiera el periodista socialista de origen norteamericano John Kenneth Turner: México Bárbaro. Una obra que refleja la cruel realidad del México de tiempos del General Porfirio Díaz, quien duró gobernando el país en forma despótica durante treinta y tres años, y que basó su sistema dictatorial en la concesión de privilegios a los ricos y extranjeros para saquear el país, a cambio de que consintieran su forma de gobierno absoluto y que tuvo como precio la carne y la sangre del pueblo trabajador.
El libro se divide en nueve capítulos, esto dependiendo según la editorial que uno tenga, y son: I. Los esclavos de Yucatán.- Las primeras experiencias que este gran periodista tuvo en México fueron la forma en que los magnates del henequén, que es la planta que cultiva la región desde hace ya varios siglos. Hacían trabajar a indios mayas y yaquis (que por cierto el gobierno mandó llevarlos hasta ahí desde el norte del país donde vivían muy tranquilos)en las grandes haciendas donde vivían encerrados en jaulas para que no se escaparan. Narra también la forma en como los ricos hacendados hacen alarde de la esclavitud en complicidad con el gobierno.
II. El exterminio de los Yaquis.- Narra con gran lujo de detalle sus investigaciones sobre el origen de los conflictos de los indios yaquis del norte de México con el gobierno, a tal grado que para poderlos exterminar se les enviaba hasta la península de Yucatán, al sur del país, para que sirvieran como esclavos en las haciendas henequeneras, donde morían a los seis meses por los malos tratos y el clima diferente.
III. En la ruta del exilio.- Con un ameno estilo el escritor relata sus experiencias al acompañar en su viaje por tren a los indios yaquis desterrados a Yucatán. Ahí es testigo de la forma en que familias enteras son desmembradas cruelmente y como al llegar a su destino los hacendados casaban a las mujeres con extraños para crear nuevas familias que produjeran más mano de obra.
IV. Los esclavos contratados de Valle Nacional.- Un relato interesante de uno de los lugares más temidos del México de principios del siglo XX, la región tabacalera de Valle Nacional en el estado sureño de Oaxaca. Los esclavos que trabajaban en las haciendas tabacaleras eran gente que era traída desde todos los puntos de la república ya fuera por medio de contratos falsos, por arresto policiaco o bien por secuestro descarado. Las condiciones de trabajo, iguales para hombres, mujeres y niños, hacían que cualquier trabajador solo aguantara de tres a cinco meses; tiempo después, cuando el agotamiento, el hambre y las palizas minaban su salud, los patrones se deshacían de ellos arrojándolos a los pantanos, donde eran devorados por los cocodrilos sin importar que estuvieran muertos o agonizantes.
V. En el valle de la muerte.- Más interesantes relatos sobre la vida de los esclavos en las haciendas tabacaleras de Valle Nacional.
VI. Los peones del campo y los pobres de la ciudad.- Si los trabajadores rurales del México porfiriano no eran nada afortunados, las condiciones de vida en las ciudades mexicanas de principios del siglo XX no eran nada envidiables. El autor nos cuenta sus visitas a los albergues para gente de clase trabajadora, donde por tres centavos podían rentar un pedazo de suelo en una habitación para pasar la noche, habitación que llegaba a alojar hasta doscientos huéspedes sin distinción de sexo, situación que originaba condiciones de promiscuidad. También hace referencia a las condiciones insalubres de los barrios pobres.
VII. Elementos represivos del régimen de Díaz.- Un sistema monstruoso de opresión dictatorial no puede existir sin los elementos necesarios de intimidación a la población. En este capítulo se hace referencia a la importancia para el gobierno de Díaz de contar con un elevado número de soldados, policías y rurales que se encargaban de "poner orden" entre la aterrorizada población así como de secuestrar gente para enviarla a trabajar a las haciendas de Valle Nacional y de eliminar a quienes se atrevían a criticar ese sistema inhumano de vida. También se describe a las principales prisiones del país en esa época.
VIII. La destrucción de los partidos de oposición.- Cuenta con toda claridad la forma en que muchos mexicanos patriotas murieron por tratar de sacar a su pueblo de la esclavitud.
IX. Cuatro huelgas mexicanas.- Aunque hubo muchos acontecimientos que mancharon de sangre las manos de Porfirio Díaz, las huelgas de Cananea (Sonora) y Río Blanco (Veracruz)son los hechos más horribles de represión y de injusticia que se conozcan no solo en México, sino en el mundo entero. El autor narra paso a paso los incidentes que se fueron presentando en el transcurso de las huelgas y la forma cruel en que el estado ordenó la masacre inmisericorde del pueblo trabajador que se atrevió a pedir sus derechos.
Son estos los capítulos más sobresalientes del libro, donde también el autor nos muestra un retrato de la personalidad del asqueroso dictador y un análisis de la personalidad del pueblo de México, a quien reconoció habilidades extraordinarias para el trabajo tanto físico como intelectual. El libro termina con un llamado a todas las mentes sensatas de su tiempo para denunciar el sistema de Díaz, al mismo tiempo que el autor muestra su vergüenza de ser ciudadano de un país cómplice de la esclavitud de un pueblo humilde y pacífico.

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