En relación a las consecuencias políticas del porfiriato podemos comenzar con la descripción de Katz acerca de uno de los tres pilares de la estrategia política porfiriana: la obsesión y la necesidad por mantener la estabilidad política alcanzada a “cualquier precio”.
Para conseguirla aplicó una “compleja política de concesiones y represión”. El objetivo, entonces, consistiría en construir un sistema político de características piramidales, cuyo denominador común sea la lealtad a su lider. En la cúspide de ella se encontraría Díaz y de tal forma consagraría una dictadura eficaz y duradera. Para sus seguidores, como señala Halperin Donghi, consagrará una tiranía honrada, un progresismo autoritario alejado de la corriente liberal de la Reforma.
En 1.888 Díaz se había convertido, por intermedio de la “práctica del pacto”, en el árbitro de una nación que reclutaba a sus funcionarios gubernamentales de manera plutocrática. Seleccionaba los candidatos oficiales y por intermedio de elecciones fraudulentas mantenía el orden.
El sistema electoral, en sintonía con la tendencia centralizadora, determinaba que las elecciones no dependieran de los gobernadores sino que conformasen una prerrogativa del gobierno federal. El México porfirista se comportaría, entonces, como una circunscripción electoral única con un elector único: el presidente. La consolidación de esta dictadura se vinculó con dos procesos: el logro de la estabilidad interna, por intermedio de la sustitución de caciques regionales por hombres leales a Díaz (que los liberales no habían podido conseguir) y el surgimiento de un Estado efectivo y poderoso que sea un resguardo y una garantía para las inversiones de capital en curso. Esta “pax porfiriana” se vinculó estrechamente con la formación del Estado mexicano.
Este termino siendo la expresión política del sistema. Resumiendo, el centralismo surge como necesidad para alcanzar la paz en detrimento de levantamientos militares, sublevaciones caudillescas, bandidaje, ataques de indios y rebeliones de campesinos. Este centralismo se nutre entonces del poder de sectores que hasta ese momento lo retenían. La base del poder real se encuentra en las provincias, sobre todo durante los períodos de disturbios, pero una vez conquistado el poder se ejerce en la ciudad de México. Centralización política, expansión económica, expropiación y latifundios eran la cara de una misma moneda. Por eso se explica por que este desarrollo no trajo como consecuencia una mejora en la calidad de vida del campesinado en general sino por el contrario generaba hacendados ricos y campesinos empobrecidos.
Este antagonismo social fue el que de a poco iba minando la pax porfirita en la que descansaba todo el sistema político y económico Este proceso centralizador terminaría (1900–1910) generando dos focos opositores de resistencia relacionados con las contradicciones insuperables de México. Por un lado el campesinado, un sector marginado por los liberales de antaño, sufrió las consecuencias de esta centralización porfirista ya que en ese lapso el 90% perdió las tierras generando un fuerte “resentimiento agrario” que se traduciría en 1910 en una fuerte oposición activa.
A los ojos de este maltratado sector el centralismo político termino siendo el “requisito necesario e inmediato para el despojo agrario y la concentración de las tierras”. Por otro el porfiriato había perdido parte del apoyo de las clases medias (que en su momento fueron tentadas y asimiladas por intermedio de la burocracia estatal) y altas que pensaban que la pacificación era un logro ya definitivo y que el régimen, por lo tanto había, llegado a su límite.
En ese marco otros factores colaboraron: una depresión económica sin precedentes (1907), cambios políticos a nivel regional, una represión creciente, malas cosechas, sequías, el problema de la sucesión que se acercaba a debido a la edad avanzada de Díaz, un nuevo brote de nacionalismo, etc, fueron algunos de los diversos factores que hicieron mella en el régimen porfirista.
Para conseguirla aplicó una “compleja política de concesiones y represión”. El objetivo, entonces, consistiría en construir un sistema político de características piramidales, cuyo denominador común sea la lealtad a su lider. En la cúspide de ella se encontraría Díaz y de tal forma consagraría una dictadura eficaz y duradera. Para sus seguidores, como señala Halperin Donghi, consagrará una tiranía honrada, un progresismo autoritario alejado de la corriente liberal de la Reforma.
En 1.888 Díaz se había convertido, por intermedio de la “práctica del pacto”, en el árbitro de una nación que reclutaba a sus funcionarios gubernamentales de manera plutocrática. Seleccionaba los candidatos oficiales y por intermedio de elecciones fraudulentas mantenía el orden.
El sistema electoral, en sintonía con la tendencia centralizadora, determinaba que las elecciones no dependieran de los gobernadores sino que conformasen una prerrogativa del gobierno federal. El México porfirista se comportaría, entonces, como una circunscripción electoral única con un elector único: el presidente. La consolidación de esta dictadura se vinculó con dos procesos: el logro de la estabilidad interna, por intermedio de la sustitución de caciques regionales por hombres leales a Díaz (que los liberales no habían podido conseguir) y el surgimiento de un Estado efectivo y poderoso que sea un resguardo y una garantía para las inversiones de capital en curso. Esta “pax porfiriana” se vinculó estrechamente con la formación del Estado mexicano.
Este termino siendo la expresión política del sistema. Resumiendo, el centralismo surge como necesidad para alcanzar la paz en detrimento de levantamientos militares, sublevaciones caudillescas, bandidaje, ataques de indios y rebeliones de campesinos. Este centralismo se nutre entonces del poder de sectores que hasta ese momento lo retenían. La base del poder real se encuentra en las provincias, sobre todo durante los períodos de disturbios, pero una vez conquistado el poder se ejerce en la ciudad de México. Centralización política, expansión económica, expropiación y latifundios eran la cara de una misma moneda. Por eso se explica por que este desarrollo no trajo como consecuencia una mejora en la calidad de vida del campesinado en general sino por el contrario generaba hacendados ricos y campesinos empobrecidos.
Este antagonismo social fue el que de a poco iba minando la pax porfirita en la que descansaba todo el sistema político y económico Este proceso centralizador terminaría (1900–1910) generando dos focos opositores de resistencia relacionados con las contradicciones insuperables de México. Por un lado el campesinado, un sector marginado por los liberales de antaño, sufrió las consecuencias de esta centralización porfirista ya que en ese lapso el 90% perdió las tierras generando un fuerte “resentimiento agrario” que se traduciría en 1910 en una fuerte oposición activa.
A los ojos de este maltratado sector el centralismo político termino siendo el “requisito necesario e inmediato para el despojo agrario y la concentración de las tierras”. Por otro el porfiriato había perdido parte del apoyo de las clases medias (que en su momento fueron tentadas y asimiladas por intermedio de la burocracia estatal) y altas que pensaban que la pacificación era un logro ya definitivo y que el régimen, por lo tanto había, llegado a su límite.
En ese marco otros factores colaboraron: una depresión económica sin precedentes (1907), cambios políticos a nivel regional, una represión creciente, malas cosechas, sequías, el problema de la sucesión que se acercaba a debido a la edad avanzada de Díaz, un nuevo brote de nacionalismo, etc, fueron algunos de los diversos factores que hicieron mella en el régimen porfirista.
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